sábado, 31 de octubre de 2009

Cientifismo y educación científica nacional.

Hacia la nueva corriente de la docencia técnica.


El gran hombre y filósofo de ciencia sudamericano Oscar Varsavsky dictó una charla en la Universidad Central de Venezuela, en junio de 1968, pronunciando una definición propia de gran fuerza, tanto por su vigencia como por su crudeza: “El cientifismo es la actitud del que, por progresar en esta carrera científica, olvida sus deberes sociales hacia su país y hacia los que saben menos que el” (Varsavsky, 1968). La enseñanza de la ciencia, en el cuerpo y el espíritu de la frase varsavskyana, es un deber social, y podemos añadir: un deber moral en la transformación hacia el mundo posible, ese del que todos hablamos pero al trabajarlo olvidamos. Podríamos abusar en una generalización de la cita e indicar algunas similitudes en otras ramas como la política, por ejemplo: “El politicismo es la actitud del que, por progresar en su carrera política, olvida sus deberes sociales hacia su país y hacia los que saben (o acceden a) menos que el”. Sin embargo, la intensión no es caer en juegos de palabras –ni de susceptibilidades-, sino establecer el carácter social de las actividades científicas y políticas, y más aun, de la enseñanza de éstas.

En nuestras escuelas de ciencias puras, ciencias aplicadas, ciencias sociales, ingeniería, etc., observamos perfiles de egresados soñados para la interacción positiva y el impulso de las sociedades universales, a ser suministrados por los nuevos profesionales. El profesor Pedro Álvarez destaca, para el caso de la ingeniería, un conjunto de características generales en la persona graduada, como: Fundamentación sólida en ciencias puras, capacidad de razonamiento sistemático, conocimientos teóricos y experiencia en métodos experimentales, habilidades de comunicación verbal y escrita, conciencia y responsabilidad con altos valores axiológicos, razonamiento y elección libres, fundamentos en administración y gerencia, clara visión de la perspectiva histórica y social sobre la ciencia y la tecnología, concepción integradora e interdisciplinaria del concepto de progreso, actitud inquisitiva, juicio crítico, cultura de aprendizaje continuo con entusiasmo y varios etc. (Álvarez, 1997). La larga lista del profesor parece apuntar a lo que estamos conociendo ahora como “pensamiento de la complejidad”, en el cual debe estar el desarrollo futuro de la ciencia (Paiva, 2004). Lamentablemente, este grupo de características parece una lejana abstracción, de un lejano universo platónico, cada vez más alejado de la realidad de las escuelas de ingeniería venezolanas.

Dejando a un lado lo que puede sonar como abusiva exageración (y por la cual debo pedir disculpas), nuestros estudiantes cada día sufren una marcada distancia de lo que propone Álvarez, a pesar de tener muchas herramientas tecnológicas y estar genéticamente mejor preparados, lo que parece indicarnos que también están cultural e intelectualmente más deformados. Por supuesto, y he aquí el meollo de la cuestión, la culpa no puede ser (y no es) del aprendiz como tal, sino del proceso que aplicamos en general en las universidades, y en particular en las escuelas de ingeniería.

El proceso de aprendizaje se perjudica por diversos factores culturales, sociales, económicos, geográficos, intelectuales, políticos, étnicos, climáticos y hasta fisiológicos, pero la actitud del docente se ha convertido en el peor enemigo de la academia y del desarrollo nacional, y no somos capaces de reconocerlo. En el caso de muchas escuelas de ingeniería, la docencia se convierte en el empleo del egresado que no logra figurar en el estrecho campo laboral. Gracias a la magia de la docencia, muchos se enamoran de la profesión; sin embargo, queda un grupo importante que fragua en la estructura del cuerpo docente y no se esmera por la enseñanza simplemente porque no le gusta y, estimados compañeros, el individuo está hecho para hacer lo que le gusta. Otro grupo de docentes, los eruditos, están y viven sólo para el avance de la ciencia de países desarrollados, totalmente ajena a los intereses nacionales, practicando el cientifismo varsavskyano más puro, produciendo artículos en revistas indexadas que rayan en la falta de originalidad, edificando universidades en cajas cristalinas insonoras a las que no llega el clamor del pueblo, formando estudiantes para becas internacionales y desempleo nacional. Estos hechos tan duros como ciertos, convierten a nuestras escuelas de ingeniería en aparatos poco productivos para el interés nacional, graduando profesionales que poco preparados están para hacer frente a nuestra realidad.


Afortunadamente existe una importante corriente de docentes que se han interesado y están trabajando en una verdadera política (y no politicismo) y una verdadera ciencia (y no cientifismo). Profesores como Morles Sánchez, han publicado trabajos sobre la producción de ciencia y tecnología ajustada a la realidad nacional, a las necesidades de país (Morles, 2007). La nueva corriente de la docencia nacional debe basarse en una verdadera política nacional, tomando las ideas creativas de Simón Rodríguez, de Varsavsky, y fundamentarse en la ética de la verdadera docencia, la del que quiere enseñar y cumplir con su compromiso social y moral. Los errores que hemos cometido, las prácticas obsoletas, los embarques a los estudiantes, el desánimo en el empleo de nuevos recursos tecnológicos y sobre todo la nueva realidad nacional y mundial, están abriendo paso a una nueva conciencia del educador, enmarcada en su significativo papel en el desarrollo de Estado; siendo entre todas, la docencia técnica y científica, la llamada a transformar la realidad en beneficio social, a producir solidariamente, ajustados a nuestra necesidades, a encauzar y transformar un funcionalismo y criticismo ajenos, en la producción de un humanismo propio, en simplemente ayudar a generar la suprema felicidad que pidió y pide Bolívar.

Referencias Bibliográficas

Varsavsky, Oscar. (1968, junio). Facultad de ciencias en un país sudamericano. Charla dictada en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela, Caracas.

Álvarez, Pedro. (1997). Introducción a la ingeniería -un enfoque divergente-. Ciudad Guayana: Ediciones Unexpo.

Paiva Cabrera, A. (2004). Edgar Morin y el pensamiento de la complejidad. Ciencias de la Educación, 1(23), 239-253.

Morles Sánchez, V. (2007). Ciencia vs. Técnica y sus modos de producción. Caracas: El perro y la rana.



Engel Salazar Aguirre.
Noviembre de 2009