En la
actualidad, resulta imposible a nivel práctico mantenerse al tanto de los
diversos avances tecnológicos, cambios políticos, temas socioculturales,
situaciones ambientales, etc., que inundan a diario todo el océano de fuentes
de comunicación e información. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que
la velocidad con la que se informan los sucesos, es mucho mayor a nuestra
capacidad de asimilarlos. Ante esta característica intrínseca de nuestra “Era
de la Información”, se entretejen una diversidad de corrientes, que no
necesariamente desembocan en el mencionado océano de la información (si me
permiten seguir con la terminología marina), debido a la ya mencionada
“incapacidad” de asimilación de individuo alguno, convirtiéndose en una
“pseudo-información” que no es tal, ya que no produce ningún efecto cuando no
es asimilada; o dicho de otra manera, no genera ningún conocimiento.
En términos
cognitivos, si se quiere, no podríamos decir que toda información genera un
aprendizaje, más aún si ésta ni siquiera se asimila. La llamada entonces “Era
de la información” no se transfiguraría en una, por así llamarla, “Era del
Conocimiento”, lo cual sería el sueño dorado de cualquier institución,
cualquier docente o cualquier política educativa, sencillamente porque información
no implicaría conocimiento ni mucho menos, y menos, cuando no hemos tenido la
capacidad de revisar dicha información (dado el extenso volumen de ella que nos
invade a diario).
Sin embargo,
surge preguntarnos ¿cuánta de esta información no asimilada sería útil en el
proceso enseñanza-aprendizaje?, ¿cuál de esta o aquellas representan ejemplos o
contraejemplos de alguna teoría propuesta en clase, cuales representan aportes
tecnológicos en el área de estudio, o inclusive, quién de ellas socava las
bases establecidas en determinado curso?. Tanto el docente de aula, como el
administrador, el generador de políticas educativas, el planificador, el padre,
el didacta y cualquier miembro de la comunidad, está a expensas de pasar la
abrupta línea de la obsolescencia en cuestión de momentos y sin siquiera darse
cuenta. Se convierte entonces en una labor fundamental, la constante
actualización de programas, metodologías, modelos, esquemas, etc.
Por otra
parte, la misma dinámica voraz de esta “Era informativa” permite que se corra
el riesgo de que cualquier actualización, quede superada o desactualizada
académicamente incluso antes de ver la luz o de evaluar sus aportaciones. Esto
convierte cualquier modelo educativo en una balsa con cierto “grado de deriva”
en este súper mar de información, lleno de remolinos, dicho sea de paso. Esto
debe traer alguna consecuencia, beneficiosa, en un panorama tan tormentoso para
cualquier persona que esté interesada en realizar algún aporte al proceso
educativo.
La
consideración de los cambios de programas, currículum o modelos, hasta cierto
punto, podríamos considerar que será superada en un futuro. Parecería imposible
para cualquier instructor, aferrarse a un plan académico con semejante
turbulencia de acontecimientos. Los objetivos en un plan de estudio, deben
estar cada vez más seguros, como el ancla; pero el timón del facilitador debe
ser capaz de moverse ante la presencia de ajustes socioculturales,
tecnológicos, académicos, políticos o ambientales, de tal manera, que pueda
seguir guiando a los aprendices, sin caer en contradicciones e informaciones
falseadas o anticuadas de momento. Tal vez, el instructor comience a enseñar a
sus guiados a aprender, como nueva consigna de esta sociedad, que sea él quien
busque realmente su conocimiento en este mar de información, con las mejores
herramientas para que no sucumba y para que sepa seleccionar la información que
lo forma distinguiéndola de la que lo deforma. Tal vez, así, nuestro objetivo
en el aula sea sólo que el aprendiz aprenda a aprender y pase de ser un alumno
a ser un ser iluminado por sí mismo… tal vez.
Engel Salazar
Aguirre
26 de julio de 2014.
26 de julio de 2014.
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