sábado, 26 de julio de 2014

Consideraciones empíricas sobre la influencia de la velocidad de la información.



En la actualidad, resulta imposible a nivel práctico mantenerse al tanto de los diversos avances tecnológicos, cambios políticos, temas socioculturales, situaciones ambientales, etc., que inundan a diario todo el océano de fuentes de comunicación e información. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la velocidad con la que se informan los sucesos, es mucho mayor a nuestra capacidad de asimilarlos. Ante esta característica intrínseca de nuestra “Era de la Información”, se entretejen una diversidad de corrientes, que no necesariamente desembocan en el mencionado océano de la información (si me permiten seguir con la terminología marina), debido a la ya mencionada “incapacidad” de asimilación de individuo alguno, convirtiéndose en una “pseudo-información” que no es tal, ya que no produce ningún efecto cuando no es asimilada; o dicho de otra manera, no genera ningún conocimiento.

En términos cognitivos, si se quiere, no podríamos decir que toda información genera un aprendizaje, más aún si ésta ni siquiera se asimila. La llamada entonces “Era de la información” no se transfiguraría en una, por así llamarla, “Era del Conocimiento”, lo cual sería el sueño dorado de cualquier institución, cualquier docente o cualquier política educativa, sencillamente porque información no implicaría conocimiento ni mucho menos, y menos, cuando no hemos tenido la capacidad de revisar dicha información (dado el extenso volumen de ella que nos invade a diario).

Sin embargo, surge preguntarnos ¿cuánta de esta información no asimilada sería útil en el proceso enseñanza-aprendizaje?, ¿cuál de esta o aquellas representan ejemplos o contraejemplos de alguna teoría propuesta en clase, cuales representan aportes tecnológicos en el área de estudio, o inclusive, quién de ellas socava las bases establecidas en determinado curso?. Tanto el docente de aula, como el administrador, el generador de políticas educativas, el planificador, el padre, el didacta y cualquier miembro de la comunidad, está a expensas de pasar la abrupta línea de la obsolescencia en cuestión de momentos y sin siquiera darse cuenta. Se convierte entonces en una labor fundamental, la constante actualización de programas, metodologías, modelos, esquemas, etc.

Por otra parte, la misma dinámica voraz de esta “Era informativa” permite que se corra el riesgo de que cualquier actualización, quede superada o desactualizada académicamente incluso antes de ver la luz o de evaluar sus aportaciones. Esto convierte cualquier modelo educativo en una balsa con cierto “grado de deriva” en este súper mar de información, lleno de remolinos, dicho sea de paso. Esto debe traer alguna consecuencia, beneficiosa, en un panorama tan tormentoso para cualquier persona que esté interesada en realizar algún aporte al proceso educativo.

La consideración de los cambios de programas, currículum o modelos, hasta cierto punto, podríamos considerar que será superada en un futuro. Parecería imposible para cualquier instructor, aferrarse a un plan académico con semejante turbulencia de acontecimientos. Los objetivos en un plan de estudio, deben estar cada vez más seguros, como el ancla; pero el timón del facilitador debe ser capaz de moverse ante la presencia de ajustes socioculturales, tecnológicos, académicos, políticos o ambientales, de tal manera, que pueda seguir guiando a los aprendices, sin caer en contradicciones e informaciones falseadas o anticuadas de momento. Tal vez, el instructor comience a enseñar a sus guiados a aprender, como nueva consigna de esta sociedad, que sea él quien busque realmente su conocimiento en este mar de información, con las mejores herramientas para que no sucumba y para que sepa seleccionar la información que lo forma distinguiéndola de la que lo deforma. Tal vez, así, nuestro objetivo en el aula sea sólo que el aprendiz aprenda a aprender y pase de ser un alumno a ser un ser iluminado por sí mismo… tal vez.


Engel Salazar Aguirre
26 de julio de 2014.

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